jueves, 14 de septiembre de 2017

Aunque

Aunque lo intento no puedo, me niego y me vuelvo a pelear conmigo, con todos, con el seguir intentando, y no darme por satisfecho con la respuesta que puedo llegar a encontrar. Nada me sacia, éste calor que siento adentro me ahoga, me arden las yemas, gritan mis venas y no me deja descansar, logro entibiarlo mareándolo en remolinos de silencios y laberintos florecidos pero tan sólo son pausas en el proceder.
Trato de olvidarlo, dejarlo atrás, pero es como un eco que no se da por vencido, me vuelve a picar, muerde, me susurra casi sin cansancio como el viento de la consciencia que con su ansiedad a menudo nos empuja a saltar, a seguir siendo, desafiándonos a bucearnos sin anzuelo, desnudarnos sin piedad, matarnos por renacer, nadar para poder volar.
Camino buscando tratando de poder solaparme, entender que buscan, que perdieron, que será que les duele tanto que no pueden ni la mirada desanclar, que angustia llevan colgando del cuello que sólo transitan siguiendo sus pasos de memoria, una marcha ajena que no se puede olvidar. Como si una maldición los haya encantado robándoles la presencia, surcándoles los pasillos del destino en el que caminan sin poder descubrir el latido que abandonan en cada huella ofrecida, olvidada, anclada como miga de pan. Van marchando con los ojos de vidrio, resguardando los pocos recuerdos, los amuletos que no los dejan entregarse a tener el corazón vacío.
Lo padecen hasta que ya no pueden más con él, ya no quieren esa tristeza, esa piedra que huele a recuerdos y olvido pero no pueden dejar de rezar entre panes húmedos y yerbas del ayer.
Ya nadie sueña con saltar, ser un insolente que grita por iluminar, por mover el polvo que no es tierra, desmembrarse del silencio que no nos suelta el pie y pelear aunque sepamos que la lluvia no nos va a mojar, que iremos a parar al barro de los vencidos y ahí estaremos hasta que aprendamos a nadar. Pero eso no debería de importar, incomodar ni entibiar nuestra bilis ni lagrimear antes de que el dolor conozca el despertar.
Aunque lo intento no puedo, me niego y me vuelvo a pelear conmigo, con mis silencios, con mis dudas que no dejan de engendrar tormentas que me enraízan los ojos en puntos infinitos, abstractos, sentir el desalojarme sin poderme alejar, sintiendo que si me rindo seré un simple recuerdo inconcluso que nunca llegó a ser, a entibiar con el aliento el vidrio que nos separa de los que se conforman sólo con mirar el agua desvanecerse sin tratarla de retener en el recuerdo de las manos y su memoria a temporal.

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