Como un extraño bailando en la
cocina, a media luz, no podía fingir que sabía que no estaba pudiendo detener
mi ansiedad por dejar de pensar. Ya nada era lo mismo, el olor a cielo húmedo,
a hojas tiernas, tierra mojada, esa misma caricia ya no iba a volver a
naufragar. Los pájaros cada vez más lejos se escuchaban padecer en ese silencio
que no se quiere ir.
Bailaba y mis pensamientos rotaban,
giraban, despertando el vapor que sueltan las cataratas al caer, humedeciendo
mi aliento, mis ojos, el suelo que me mantenía de pie.
Huellas de luz en un piso de madera,
teñido por la oscura marea de la noche, frente a una ventana que no deja de
soplar aire fresco, ese mismo que me hace pensar que la Luna es la responsable
con su abismo, victima por ser el libro íntimo de los suspiros y promesas por
enamorar, mentiras sembradas bajo la oscuridad de la ceguera de la verdad.
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